No me agradas


La niña gritó cuando el hombre se acercó. Intentó consolarla, pero estaba intranquila. Tiró las mantas de la cama.
Le puso el dedo en la boca, pero ella lo mordió. Hizo una mueca de dolor y se quedó mirando a la niña que gritaba. Odiaba las rutinas nocturnas con ella, pero quería a su madre.
La vida de un padre


Matías Ortega, un hombre de cuarenta y pocos años y buen corazón, llevaba una vida serena en la pequeña localidad de Sunrise Valley, en Los Ángeles, con su hija Isabel, de seis años.
Su vínculo siempre había sido inquebrantable, lleno de risas, cuentos antes de dormir y aventuras compartidas.
Pero la tensión en el hogar de los Ortega era densa como la niebla. Matías, un padre devoto de Isabel, se encontraba desconcertado por la repentina distancia que había crecido entre ellos.
Ella tiene un problema con él


Antes inseparables, su vínculo había empezado a deshacerse como una cuerda vieja. Isabel, que solía deleitarse jugando con su padre, ahora se alejaba, prefiriendo la soledad de su habitación.
Con el paso de los días, se produjo un cambio inquietante. Isabel, antes deseosa de pasar cada momento con su padre, ahora retrocedía ante la idea de estar en su presencia.
Me odia


Matías se paseaba por el salón, mirando el reloj con ansiedad. Su hija, Isabel, solía ser su pequeña sombra, siempre deseosa de pasar tiempo con él. Pero últimamente, una misteriosa distancia había crecido entre ellos.
Isabel, que antes era su juguetona compañera, ahora retrocedía ante la mera sugerencia de sus habituales actividades paterno-filiales. Era como si la niña sospechara algo diferente en el comportamiento de su padre.
Mamá no está en casa


Ana, la madre de Isabel, una enfermera compasiva que trabajaba en el turno de noche del hospital local, se dio cuenta del creciente distanciamiento entre Matías y Isabel.
Decidida a reparar la creciente brecha, Ana sugirió varias actividades para que padre e hija disfrutaran juntos.
Sin embargo, la respuesta de Isabel era siempre la misma: un grito agudo seguido de una frenética carrera para alejarse de su padre.
Una madre sabe


La madre de Isabel era una enfermera cariñosa y atenta, e intentó salvar la creciente distancia. Pero por mucho que intentara convencer a su hija, ella no quería tener a su padre cerca.
Organizaba salidas familiares y organizaba actividades, pero la respuesta de Isabel era siempre la misma: gritos y lágrimas mientras huía de los esfuerzos de su madre por atraerla.
Juguemos juntos


Ana, desconcertada por el comportamiento de su hija, decidió tomar cartas en el asunto. Una noche, organizó una noche de juegos en familia con la esperanza de aliviar la tensión.
Cuando colocaron los juegos de mesa en el suelo del salón, Isabel abrió los ojos de miedo y subió corriendo las escaleras, negándose a participar. Fue la gota que rebalsó el vaso.
Sólo te quiere a ti


Esa noche, cuando Matías intentó meter a Isabel en la cama, se encontró con gritos desgarradores. “¡Quiero a mamá, quiero a mamá!”.
Isabel gritaba con lágrimas en los ojos. Ana, perpleja y entristecida, miró a Matías, que estaba de pie en la puerta, con una mezcla de confusión y dolor en los ojos. Todas las noches eran iguales esta semana. ¿Qué se le había metido a su hija?
Dolores crecientes


A medida que pasaban las noches, la rutina continuaba. La agotada madre se preguntaba si no se trataría simplemente del comportamiento normal de un niño al crecer. Pero parecía ser más que eso.
Ana, agotada por sus turnos de noche, se vio atrapada en un ritual nocturno en el que intentaba consolar a su angustiada hija. “¡Mamá, mamá!” se lamentaba Isabel, rechazando cualquier consuelo que le ofreciera su padre. ¿Acaso Isabel no era más que una niña malcriada?
Aléjate de mí


Ana intentó salvar la distancia, pero los gritos de Isabel resonaban en toda la casa cada vez que su padre se acercaba. Se estaba convirtiendo en un problema.
Noche tras noche, Isabel insistía en que sólo su madre podía arroparla, llamándola a gritos mientras Ana intentaba consolarla en vano. Llegaba tarde al trabajo, y ya había recibido dos advertencias por llegar tarde.
Hablar


Una noche, tras semanas de este angustioso patrón, Ana se sentó con Matías en el salón poco iluminado. “Matías, tenemos que averiguar qué le pasa a Isabel. La aterrorizas y no entiendo por qué”.
Su marido parecía incómodo y se movió en su silla. Miró hacia abajo y se acomodó la camisa negra en una posición más cómoda. Siempre había sido un hombre muy formal y correcto, lo que a veces molestaba a Ana.
Lo que le pasó


Matías, visiblemente disgustado, respondió: “No sé qué ha pasado, Ana. Antes estábamos muy unidos y ahora es como si me tuviera miedo. Lo he intentado todo para volver a conectar con ella”.
Ana miró fijamente a su marido. Llevaban diez años juntos y, por primera vez, sintió que no le conocía de nada. ¿Cómo podría arreglar su relación?
Lo que dijo Isabel


Decididos a llegar al fondo del misterio, la pareja decidió hablar con Isabel. Matías dudaba, pero la niña seguía con los ojos muy abiertos en la cama.
Sentados en el borde de la cama, le preguntaron suavemente: “Cariño, ¿por qué tienes miedo de papá? ¿Qué ha pasado?”. Matías tomó aire, esperando escuchar lo que diría su hija.
Ese no es mi padre


Isabel vaciló, con los ojos desorbitados mirando a sus padres. Estaba visiblemente cansada, pero sabía que a sus padres les pasaba algo.
Finalmente, con voz temblorosa, susurró: “No es papá. No es papá por la noche”.
Sus palabras flotaron en el aire, envueltas en confusión. Se tapó la cara con la manta y se echó a reír.
Mantener a Isabel callada


Ana y Matías intercambiaron miradas preocupadas. “¿Qué quieres decir, cariño?” preguntó Ana con el corazón palpitante. Matías empezó a sudar.
Isabel, con los ojos llenos de miedo, señaló hacia el armario. “Sale por la noche de ahí. No es papá. Es un monstruo”. ¿Había alguien más en la habitación? ¿O era sólo la imaginación de una niña?
Las pesadillas de una niña


La habitación se quedó en silencio mientras Ana y Matías intercambiaban una mirada llena de terror compartido. La mente de Ana se agitaba y se preguntaba qué misteriosa presencia rondaba su casa, haciendo que Isabel temiera a su propio padre.
Mientras el suspenso permanecía en el aire, Ana no podía evitar la escalofriante sensación de que algo más oscuro se estaba desarrollando entre las paredes de su aparentemente tranquilo hogar. Llegaba tarde al trabajo.
Otro par de ojos


Preocupada y perpleja, Ana decidió pasar a la acción. Como sus turnos de noche como enfermera le dejaban poco tiempo en casa, instaló un monitor de bebés en la habitación de Isabel para desentrañar el misterio.
Esa noche pasó por la ferretería y compró un monitor de bebés usado. Tuvo que instalarlo sin hacer ruido, ya que Isabel estaba ocupada jugando y su marido aún no había llegado a casa.
Te tengo en la mira


Esa noche, mientras Ana se preparaba para su turno de noche en el hospital, decidió actuar con más discreción. Instaló un monitor de bebés en la habitación de Isabel, con la esperanza de ver qué le pasaba a su hija.
Más tarde, esa misma noche, vio la imagen en directo en su teléfono y vio a Isabel señalando y llorando la camiseta de Matías. A Ana se le aceleró el corazón al ver el terror inexplicable en los ojos de su hija.
A medida que transcurría la noche, Ana observaba a través de la cámara cómo Isabel señalaba y lloraba la camisa de su padre. Ana no podía entender la razón de este extraño comportamiento.
Demasiado rápido para mí


A la mañana siguiente, cuando Ana volvió de su turno de noche, vio que Matías ya se había ido a trabajar y que la ropa estaba perfectamente tendida. La sospecha la corroía y examinó la camisa de Matías: estaba limpia.
Perpleja, esperó a que Isabel regresara de la escuela, con la esperanza de que la niña pudiera arrojar luz sobre el misterio. Isabel, sin embargo, tuvo dificultades para articular su miedo, y sólo consiguió expresar que tenía miedo de papá.
¿Qué le pasó a su camisa?


Ana estaba sentada en la cocina, mirando la ropa perfectamente doblada. Tomó la camisa de Matías y la encontró impecable por todas partes. Estaba segura de lo que veía.
Isabel regresó del colegio, pero sus intentos de explicar el miedo que sentía por su padre fueron incoherentes.
Todo lo que pudo articular fue que tenía miedo de papá. La madre, preocupada, no pudo seguir molestando a su hija y tuvo que investigar por su cuenta.
El plan de Ana


Decidida a desentrañar el enigma, Ana decidió jugar a los detectives. Esa noche, fingió estar enferma y llamó al trabajo. “Mañana me encontraré mejor”, mintió a la matrona del hospital.
Esperó en el garaje poco iluminado, oculta entre las sombras. El auto de Matías se detuvo en la entrada. La tensión crecía mientras escuchaba la rutina nocturna de Matías y Isabel.
Vigilar a su hija


Esa noche, Ana llamó al trabajo para decir que estaba enferma, decidida a descubrir la verdad. Escondida en el garaje, escuchó atentamente la rutina nocturna de Matías.
Todo parecía normal hasta que llegó la hora de acostarse. Ana vio desde su teléfono cómo aumentaba el terror de Isabel y, para su horror, la camisa de Matías tenía una mancha reciente.
Sus ojos se pusieron se abrieron en sorpresa cuando la imagen en directo confirmó sus sospechas.
Medidas desesperadas


Ana fingió estar enferma y decidió enfrentarse a Matías por los extraños sucesos.
Él no tenía ni idea de que ella lo estaba espiando. Escondida en el garaje, escuchó atentamente cómo Matías regresaba a casa y seguía con su rutina.
Todo parecía normal hasta la hora de acostarse. Al ver a través del monitor del bebé, Ana jadeó al ver una mancha roja en la camisa de Matías, confirmando sus peores temores. ¿Debía enfrentarse a él?
Isabel llora de nuevo


A medida que se acercaba la hora de acostarse, Ana miraba la imagen en directo del monitor de bebés en su teléfono.
Todo parecía normal hasta los últimos momentos. “¡Ahhh! Qué te ha pasado, papá!”, gritó la niña.
Isabel señaló la camisa de su padre, y el corazón de Ana dio un vuelco al ver cómo la tela impoluta se manchaba ante sus ojos. ¿Qué le pasaba a Matías?
El vídeo no miente


La pequeña pantalla parpadeó, mostrando a Isabel señalando algo y llorando. Ana se esforzó por ver, con el corazón latiendo con fuerza. El color del vídeo no era muy brillante.
Horrorizada, vio cómo Isabel señalaba la camisa de Matías, que parecía estar manchada.
Confundida y ansiosa, Ana esperó el momento adecuado para enfrentarse a su marido. Esta noche era la noche. ¿Qué estaba pasando con su marido?
Confrontación


A Ana se le aceleró el corazón cuando se enfrentó a Matías en su dormitorio esa misma noche. “Matías, tenemos que hablar”, empezó, con la voz temblorosa por una mezcla de miedo e incredulidad.
La expresión de Matías pasó de la confusión a la preocupación cuando Ana repitió las imágenes del monitor de bebés. Sus ojos se abrieron de par en par al verse a sí mismo, aparentemente inconsciente de cualquier fechoría.
Contar la verdad


“¿Qué está pasando, Matías?” preguntó Ana, con la voz quebrada por la emoción. Matías se dio cuenta de que su mujer estaba muy preocupada.
Estaba sudando profundamente y Ana podía verlo. “¿Qué me estás ocultando? ¿Tienes una aventura? ¿Qué son las manchas que Isabel está viendo? ¿Son manchas de pintalabios, Matías? Por favor, dime la verdad. No puedo soportarlo más”.
Acusaciones


Matías se quedó estupefacto ante las acusaciones infundadas de su mujer. “¿Qué? ¿De verdad crees que tengo una aventura? ¿Crees que te haría algo así? ¿A nuestra familia? Estoy ofendido”.
En este punto, Ana estaba llorando. No sabía qué decir o pensar. “Lo siento, Matías. Ya no sé qué pensar. Sólo necesito saber qué está pasando entre tú y Isabel. Algo no va bien”.
Su vida


Matías estaba disgustado. No podía creer que su mujer pensara eso de él. Su familia lo era todo para él y haría cualquier cosa por ellos. Eran su vida.
“Tal vez deberíamos llevar a Isabel a un consejero o algo así. Tal vez ella necesita hablar con alguien. Algo está claramente mal. Quizá deberían ir los dos juntos”, sugirió Ana.
Nada malo


Para Matías, Ana estaba haciendo sugerencias tontas. “No voy a ir a hablar con nadie. No me pasa nada”. Fue entonces cuando Matías se levantó y salió del dormitorio.
Ana rompió a llorar. Ya no sabía qué hacer. Tanto su marido como su hija estaban actuando de forma muy extraña, y ella no tenía ni idea de por qué.
El terror continúa


Aquella noche, mientras Matías se preparaba para arropar a Isabel en la cama, los gritos llamando a su madre resonaron por toda la casa. Noche tras noche, Isabel insistía en la presencia de Ana, creando una brecha entre padre e hija.
Ana, desesperada por descubrir la verdad, instaló un monitor de bebés en la habitación de Isabel, con la esperanza de vislumbrar la misteriosa fuente del miedo de Isabel. Estaba a punto de enfrentarse a su marido cuando escuchó un fuerte golpe procedente del interior de la casa.
¿Qué le has hecho?


Horrorizada y llena de adrenalina, Ana entró corriendo en la casa justo cuando Matías salía de la habitación de Isabel. Iba a empezar a lavar la ropa allí mismo.
Las misteriosas manchas adornaban ahora su camisa, prueba innegable de algo profundamente preocupante. “¿Qué ha pasado?” Preguntó Ana, con la voz cargada de ansiedad. Le señaló directamente la camisa.
No es culpa mía


Matías, sobresaltado, balbuceó: “No lo sé, Ana. Es que… está pasando algo extraño”. Se cubrió la camisa con la mano e intentó cambiar de tema.
Mientras Ana interrogaba a su marido sobre las inexplicables manchas, sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
El suspenso flotaba en el aire como una tormenta a punto de estallar. ¿Por qué le mentía?
El siguiente paso de Ana


La noche estaba cargada de tensión cuando Ana, agotada por sus turnos nocturnos en el hospital, decidió investigar el inquietante comportamiento que se había apoderado de su casa. Matías, su marido, y Isabel, su hija de seis años, ya no eran la familia unida de antes.
Isabel, antes ansiosa por pasar tiempo con su padre, ahora gritaba y huía cada vez que él se acercaba. Ana había intentado salvar la distancia, pero el miedo de la niña persistía. Caminó hacia su marido, pero él retrocedió.
Enfrentarse a él


El pánico se apoderó de Ana cuando irrumpió en la habitación de Isabel, exigiendo explicaciones a su marido. Se enfrentó a él por la camisa manchada, exigiendo saber qué había pasado.
Su respuesta fue escalofriantemente simple: “Nada”. La habitación se llenó de suspenso cuando Ana se enfrentó a Matías, que seguía sin decir nada sobre la misteriosa mancha.
La angustia de una madre


El corazón de Ana se hundió mientras miraba a su marido, el hombre al que había amado y en el que había confiado durante años. ¿Cómo podía estar allí, mintiéndole en la cara mientras su hija vivía aterrorizada?
A Ana se le llenaron los ojos de lágrimas al darse cuenta de la profundidad de la traición. Su familia, antaño feliz, parecía ahora una fachada fracturada que ocultaba oscuros secretos bajo su superficie.
El peso del silencio


El silencio de Matías flotaba en el aire, sofocando a Ana con sus implicaciones. No podía evitar la sensación de que había algo más en su historia, de que ocultaba algo siniestro tras aquellos ojos suplicantes.
La desesperación arañaba el pecho de Ana mientras buscaba respuestas, pero la falta de voluntad de su marido para hablar sólo alimentaba su miedo y sus sospechas.
Desentrañar la verdad


Ana sabía que no podía confiar únicamente en las palabras de Matías. Necesitaba pruebas concretas para descubrir la verdad y proteger a su hija de cualquier horror que acechara en las sombras de su hogar.
Con determinación, Ana se comprometió a descubrir los secretos que escondían sus vidas aparentemente normales, costara lo que costara.
No podía soportarlo más. Su hija estaba sufriendo, y ella necesitaba saber cuál era la causa.
En busca de consuelo


A medida que avanzaba la noche, Ana se encontró sola en la oscuridad de sus pensamientos. No podía soportar el peso del silencio de su marido, ni el terror que se apoderaba del inocente corazón de su hija.
En busca de consuelo, Ana se retiró a la habitación de su hija, donde Isabel dormía, ajena a la confusión que la rodeaba.
Con el corazón encogido, Ana juró proteger a su hija a toda costa, aunque eso significara enfrentarse sola a la oscuridad.
Ver algo en su camisa


Sentada en la silenciosa habitación, escuchó unos pasos que se acercaban. Cuando la puerta se abrió, vio a su marido, Matías, de pie entre las sombras. No estaba claro, pero pudo ver algo en su camiseta.
Soltó un grito, sobresaltando a Matías, y él retrocedió, haciéndola correr tras él. Iba a llegar hasta el fondo del asunto, contra viento y marea.
Enséñame la camisa


Rápidamente, Ana corrió tras su marido, exigiéndole una explicación. Él intentaba alejarse de ella. No la quería cerca de él.
Ana tomó la camisa de su marido y tiró de él. Él intentó quitársela de encima, pero las manos de ella eran fuertes. Le tomó con fuerza y le desabrochó los botones de la camisa.
Matías resulta herido


Decidida a desentrañar la verdad, Ana le inspeccionó el estómago y descubrió un corte profundo, una herida siniestra oculta bajo la tela. Se tapó la boca con las manos.
Los ojos de Ana se abrieron de par en par, incrédula, al notar un gran corte en el estómago de Matías, por el que se filtraba sangre. Empezó a llorar, dándose cuenta de que su marido estaba herido.
Matías tiene un secreto


La desesperación arañaba el pecho de Ana mientras le presionaba para que le diera respuestas. “¿Quién te ha hecho esto?”, le suplicó. Pero Matías no quería decirlo.
De mala gana, Matías reveló que había sido asaltado hacía una semana, pero que lo había mantenido en secreto para evitarles preocupaciones.
Había denunciado el incidente a las autoridades, pero los autores seguían sin aparecer.
Hasta qué punto lo conoce bien


La mente de Ana se agitó, dividida entre el alivio de que no se tratara de algo más siniestro y la rabia de que él no se lo hubiera confiado antes.
No sabía mucho sobre el trabajo de Matías como asesor financiero y nunca había conocido a ninguno de sus compañeros.
Siempre estaba bien de dinero y se lo proporcionaba todo a ella y a Isabel, pero ahora empezaba a preguntarse de dónde lo sacaba.
Más mentiras


La niña tenía miedo de la sangre que salía de su herida. “¿Por qué no me lo dijiste?” La voz de Ana temblaba con una mezcla de rabia y preocupación. La respuesta de Mateo fue un silencio escalofriante.
Finalmente confesó que le habían atacado hace una semana, pero que lo había mantenido en secreto para protegerlos. Denunció el incidente, pero las autoridades no habían podido encontrar a los autores. ¿Decía la verdad?
Una enfermera en casa


Mientras Ana atendía la herida de Matías, una sensación de inquietud se apoderó de ella. No podía evitar la sensación de que había algo más en la historia. “Estoy preocupada por ti”, le dijo a su marido.
Su mente se llenó de preguntas, preguntándose por qué su marido había guardado un secreto tan peligroso. ¿Hasta qué punto conocía realmente al hombre con el que había estado los últimos diez años?
Las cosas deben cambiar


Ana se sintió idiota porque, siendo enfermera, no había detectado ninguna de las señales. Se cuestionó su trabajo y su profesión. Ya no quería dejar a Isabel a solas con Matías.
La mancha roja de su camisa no era sólo el resultado de un ataque fortuito; había un ominoso misterio acechando bajo la superficie, ensombreciendo sus vidas, antaño aparentemente ordinarias.
Quién es


Aquella noche, mientras Ana yacía despierta en la cama junto a su marido, no podía deshacerse de una sensación de inquietud. Los últimos diez años de su vida habían sido una mentira.
Su mente se llenó de preguntas y se preguntó qué habría ocurrido en la oscuridad de la habitación de Isabel. Tendría que pedir una excedencia para averiguarlo.
Salvar a Isabel


El inquietante misterio dejó a Ana dándole vueltas a lo desconocido, con sus pensamientos envueltos en una inquietante mezcla de miedo e incertidumbre. No pudo dormir aquella noche con Matías y sus mentiras a su lado.
El enigma de Matías Ortega persistía, proyectando una larga sombra sobre su familia, antaño feliz. ¿Qué debía hacer la solitaria enfermera por su hija?
El problema de los padres


La revelación flotaba en el aire. La habitación se llenó de tensión. Ana, dividida entre la preocupación por la seguridad de su marido y el trauma emocional que había sufrido su hija, lidiaba con la tumultuosa mezcla de emociones que envolvía su otrora apacible hogar.
A medida que transcurría la noche, las sombras proyectadas por los secretos empezaron a disiparse, dejando a una familia fracturada al borde de la sanación. ¿Cómo podría Ana volver a ser la misma después de esto?
Una familia con problemas


Ana se dio cuenta de que su familia se enfrentaba a retos mucho mayores de lo que jamás había imaginado. Su hogar, antes tranquilo, estaba ahora lleno de secretos y mentiras, y Ana se enfrentaba a la dura realidad de las luchas ocultas de su marido y los miedos inexplicables de su hija.
Con el corazón encogido, Ana sabía que su camino hacia la sanación estaría plagado de obstáculos. Sin embargo, estaba decidida a enfrentarse a la oscuridad que amenazaba con destrozar a su familia y guiarlos hacia un futuro mejor.
En busca de ayuda


Ana sabía que no podrían superar esta confusión solos. Tomó la decisión de buscar ayuda profesional tanto para Matías como para Isabel, comprendiendo que cada uno necesitaba apoyo a su manera.
Al amanecer, Ana hizo llamadas para concertar citas con terapeutas y consejeros, decidida a desentrañar las capas de trauma que habían envuelto a su familia.
Reconstruir la confianza


En los días siguientes, Ana y Matías emprendieron un viaje de sanación y reconciliación. Asistieron juntos a sesiones de terapia, profundizando en las causas profundas del secretismo de Matías y los temores de Isabel.
Mediante una comunicación abierta y un apoyo inquebrantable, empezaron a reconstruir poco a poco la confianza que habían destrozado las mentiras y los malentendidos. Poco a poco estaban en camino de volver a ser una familia feliz.
Un nuevo comienzo


Cada día que pasaba, la nube de incertidumbre que se cernía sobre su hogar empezaba a disiparse, sustituida por un nuevo sentimiento de esperanza y resistencia.
Ana vio con orgullo cómo Matías avanzaba hacia la recuperación y cómo sus heridas sanaban tanto física como emocionalmente.
Isabel también empezó a salir de las sombras de sus miedos y su risa volvió a resonar por los pasillos cuando redescubrió la alegría de ser una niña despreocupada.
El amor lo vence todo


A medida que su familia emergía más fuerte y unida que nunca, Ana se daba cuenta de que el amor tenía realmente el poder de vencer incluso los retos más oscuros.
Aunque su viaje había estado plagado de dolor e incertidumbre, al final los había unido más, recordándoles el vínculo inquebrantable que les unía como familia.
Y mientras permanecían juntos, tomados de la mano, Ana sabía que estaban preparados para afrontar cualquier reto que les deparara el futuro, armados únicamente con amor y resistencia.